La Comisión Europea señala en su Libro blanco que la biomasa tendrá un papel clave para conseguir que las fuentes renovables cubran en el año 2020 un 20% de la producción energética de la UE. Incluso prevé que a finales de siglo satisfaga un cuarto de la demanda energética del continente. Sin embargo, de momento, la participación de la biomasa en la producción energética en la Unión Europea (UE) es todavía muy pequeña. Según cifras del Instituto para la Diversificación y Ahorro de Energía (IDAE), sólo un 4% de la energía primaria procede de la biomasa, aunque supone más de la mitad de la producción energética comunitaria de origen
En España, el empleo de la biomasa se sitúa en un 2,9% del consumo de energía primaria; es decir, por debajo del promedio europeo, y se utiliza fundamentalmente para fines térmicos. Con el objeto de compensar esta situación, el Plan de Energías Renovables (PER) de 2005 fomenta, sobre todo, su papel en la producción de electricidad, proyectando un crecimiento de la potencia de sus centrales de 344 megavatios a 1.695 en el año 2010.
Para generar electricidad, se puede emplear el método clásico del ciclo Rankine: se quema la biomasa en una caldera, con lo que se produce vapor y éste, a su vez –gracias a una turbina– genera electricidad.
Cómo se utiliza
La forma más eficiente de usar la biomasa es, independientemente de la tecnología elegida, la cogeneración. En ella se aprovecha la electricidad, pero también el calor que se genera como producto secundario, algo que no ocurre en una central eléctrica pura, donde el calor escapa, contaminando térmicamente la atmósfera.
A diferencia de otros países europeos, en España existen todavía muy pocas plantas de doble uso, una situación que no mejorará si el Gobierno continúa fomentando la cocombustión de la biomasa con carbón, ya que ésta fortalece un abastecimiento de energía centralizado, mientras que el modelo de cogeneración se basa en plantas pequeñas ubicadas cerca del lugar de demanda.
Ventajas e inconvenientes
En comparación con otras energías renovables, como la eólica o la solar, la biomasa tiene una gran ventaja: se deja almacenar y, por lo tanto, es posible calcular su uso. Por eso se puede combinar sin problemas con otras fuentes de energías renovables, tal como propone Greenpeace España en su informe Renovables 100% de 2007, en el que defiende la combustión de biomasa gasificada en plantas termosolares. Sin embargo, en el documento –que explica detalladamente cómo se podría satisfacer en el año 2050 la demanda energética de España sólo con energías renovables– sólo asignan a la biomasa un papel de fuente de energía de apoyo en la producción de electricidad. Según José Luis García, su experto en la Campaña de Energía, esto se debe a que, a pesar de que se calcula que España podría satisfacer con biomasa la mitad de su demanda de electricidad, “hay otras formas más eficientes y baratas”. La biomasa cubre en su concepto sólo un 7% de la demanda eléctrica, así queda libre para otros usos, como el térmico.
El aprovechamiento energético de la biomasa nos ayuda también a deshacernos de una manera ecológica de residuos molestos, como, por ejemplo, los purines de cerdo, que suponen un grave problema medioambiental. Por otra parte, en el caso de los residuos forestales, su uso energético se podría combinar perfectamente con una mejor gestión forestal, lo que ayudaría a prevenir incendios, tal y como apunta Heikki Willstedt, de WWF/Adena. Ahora bien, para que su impacto sea positivo para el clima y el medio ambiente, la aplicación de biomasa como fuente de energía debe cumplir ciertas condiciones. Para empezar, la polémica de los agrocarburantes utilizados para el transporte vale también para los cultivos energéticos plantados para obtener calor y energía eléctrica. No se deben utilizar combustibles generados de manera insostenible, como es el caso del aceite de palma, cuya plantación merma la selva tropical y seca turberas. El balance energético y de gases de efecto invernadero (GEI) ha de demostrarse claramente positivo en el ciclo completo para ser recomendables, tal y como insisten Greenpeace y otras organizaciones ecologistas.